martes, 2 de enero de 2007

Vértigo



Salgo corriendo hacia la calle. Mi cuerpo tiembla de dolor y el corazón me late, a cada paso, más rápido. La desesperación no me deja ver donde piso sólo sigo avanzando automáticamente sin rumbo. Huir, huir quizá de mi misma, del vacío que siento por dentro. Toco mi estomago y siento las tripas huecas de pasión, ya no queda más que resignar, quizás es mi destino, el estar sola e imposibilitada para volver a amar.

La calle se vuelve un largo camino sin final, donde a lo lejos se mira una línea interminable que gira cómo un vértigo que me devorará tarde o temprano. Los edificios parecen hundirse en el cielo, mientras las nubes lo cubren todo. Está apunto de llover.


Volteo hacía arriba para sentir el aire directamente en la cara y me cae una gota enorme de agua en la cara. Parece que el viento me eleva pero son nada más mis ganas por desaparecer lo que me hace levantar los brazos. Camino y camino, corazón sin rumbo. En el laberinto de mi destino encuentro a un niño trepado en un gran banco que lo hace quedar justo a mi altura, me espera con los brazos abiertos y me dice: “Déjame abrazar tu mirada, meterme en tus ojos y estrechar a tu soledad que me pide cariño, déjame entrar”, pero tontamente le envió el bumerang del desprecio y le volteo la cara. A veces los niños me ponen irritable. Sin darme cuenta empieza a llover y yo sigo avanzando tontamente lento por la banqueta. Ya nada importa. Cuando estoy tan confundida necesito perderme para poder encontrarme, ahora ni la lluvia me hará volver a casa. Mi casa, ¿Cuál es mi casa, si donde quiera me siento indigente?

Totalmente empapada y temblando de frío volteo hacia todos lados, la desesperación me hace llorar y buscar como perra sin dueño un lugar cálido donde acurrucarme y sentirme protegida, comprendida y en paz conmigo misma, ahora mismo no tengo nada más que un cuerpo escuálido que grita pidiendo amor entre las calles vacías. Un grito ahogado en la garganta me hace correr, correr, correr rápido sobre la loseta húmeda, el aire se vuelve un aliento gélido que hace crispar mi rostro volviendo escarcha mis lágrimas y gotas de lluvia, mi pie se atora en una grieta del concreto y me hace caer, mis rodillas sangran y la humedad me resbala haciéndome caer por esa línea interminable, recorrer como un tobogán ese despiadado vértigo, no me queda más remedio que cerrar los ojos y soltarme a la desgracia del llanto.

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