miércoles, 27 de septiembre de 2006

* en otoño te recuerdo 1era Parte.

Su aspecto era el de un hombre relajado, amante de la soledad y con un espíritu libre. Su piel morena que al contacto con el sol lucía un bronceado maravilloso lo hacía verse como un dios de una nueva mitología inventada por mí. Mi Dios del sol. Su piel desnuda desmesuraba la realidad, se alzaba infinito hacia el cielo con su esmaltada figura contrastante al cielo azul de principios de otoño. El tiempo pasaba sin llamar la atención cuando le escuchaba hablar románticamente de la hermosa poesía maldita y yo me encantaba nada más de verle como sonreía coquetamente de lado mientras recitaba versos incomprensibles de amor y deseo carnal. Entendí que nadie más podría entender todo lo que salía de su boca pero poco importaba.

Le veía trabajar a un costado de su casa en un gran tejaban que le proporcionaba espacio para trabajar y fumar sin ser molestado. Era un recuadro grande, al fondo se apilaba un poco de madera y sobre ella una grabadora vieja rodeada siempre de montones de cassettes grabados y uno que otro original, un caballete con un lienzo del cual se observaban unos trazos que nunca pude a bien identificar y que ni en todas mis visitas a esa casa pude ver terminado. Pieles colgaban de la pared del costado izquierdo, a veces veía como él les hablaba mientras las tocaba delicadamente con un rostro sufrido. El centro del tejaban estaba adornado por un gran retrato de Rimbaud, le daba un toque, para mi gusto, mucho más romántico e idílico a la atmósfera que se creaba en las tardes de octubre cuando caía el sol y se iluminaba ámbar todo a nuestro alrededor.

En una tarde dorada. Él estaba sentado sobre un mini banquito casi pegado al suelo, con sus rodillas flexionadas sostenía un trozo de madera que estaba tallando. Su torso desnudo, lleno de sudor, ámbar igual que el atardecer otoñal, parecía que iba a derretirse y desaparecer frente a mis ojos, pues yo le miraba fanáticamente a los labios, que sostenían un cigarrillo recién forjado; aspiraba, sostenía y exhalaba una espesa capa de humo que maravillaba mis sentidos. Podía pasar las horas sin importar sólo observándole tallar la madera y platicar de igual manera sobre filosofías inventadas y novelas por escribir pero sobre todas las cosas lo que adoraba de él era su sonrisa y su mirada coqueta que me pillaba absorta ante él mientras recitaba algún poema conocido por ambos y que con un guiño me invitaba a repetirlo juntos. De repente dejó de hablar y se concentró en la textura de la madera, la acariciaba con su mejilla y le cantaba: ‘oh! Darling’, su sonrisa desapareció, su garganta sollozaba aquella canción tristísima y no pude hacer más que encogerme de hombres y poner la mirada hacía donde se ocultaba el sol. Encendí un cigarrillo y bebí un poco de agua para humedecer mi garganta que estaba apunto de quebrarse ante esa imagen tan triste. Un hombre destrozado cantándole una hermosa canción a un trozo de madera, con sus ojos apunto de llorar más en su boca se dibujaba una sonrisa. De pronto no entendí el contraste y montones de preguntas sin respuesta venían a mí. Que enigmático era todo en él.

Pasamos todas las tardes de aquel otoño juntos, pintando, cantando, recitando poesía romántica, a veces sólo nos tirábamos sobre la azotea a observar las estrellas y a dejarnos envolver por el viento que arrastraban los árboles hacia nuestros rostros que sonreían juntos, con los cuerpos estrechamente juntos y abrazados por la misma melancolía. Caminábamos siempre juntos tomados de la mano y parecíamos eternos enamorados, sólo nos admirábamos el uno al otro y compartíamos nuestras melancolías, nos fundíamos el uno en el otro intensamente sin hablar. El tiempo parecía no importar, pero el otoño acabó y no volvimos a vernos, sin planear nada, sólo sucedió. El partió y yo resigné que quizá pasen muchos otoños más que no le miraré sonreír de lado, pero algo que no olvidaré jamás es el tono negro de su piel morena desnuda ante la luna de octubre paseándose majestuosa entre los edificios para de ratos dejarnos a oscuras.

Hoy nuevamente le recuerdo cuando salgo a recibir la mañana al jardín y un aire fresco, del ya próximo otoño, me acaricia la cara. Así eran las mañanas cuando despertaba a su lado, mientras le recordaba con los ojos cerrados alcancé a escuchar: oh! Darling, please relieve me i’ll never do you no harm, relieve me when i tell you i’ll never do you no harm…oh! Darling, if you leave me… abro los ojos y sonrío, se que nos volveremos a encontrar

jueves, 21 de septiembre de 2006

Fanatismo por Egon Schiele

Para alguien que se interesa por el mundo de la pintura, creo que es imposible que no conozca a Egon Schiele. Pintor qué se conoce por formar parte del expresionismo austriaco.

Lo qué más me gusta de su obra son los retratos de amigos y autorretratos donde plasma un desnudo cruel e inmensurable a través de una deformación esquizoide de la figura humana. Es satanizado por la sociedad de su época al grado de mandarlo a la cárcel por la manera con la que utilizaba a sus modelos menores de edad, catalogando esta cómo “obscena” y que le mereció la quema de uno de sus dibujos, hecho que, para mí, contribuye a la mitificación con la qué he adorado la obra de este guapetoncin y le da un toque de glamour al estilo RockStar, porque claro que poseía una visión de la vida muy compleja y anormal para la convención social de sus días y sobre todo martillando la moral de una sociedad brutalmente conservadora.


Para una obsesiva del erotismo cómo yo, sería imperdonable no tener en un rinconcito especial a un pintor de la talla de Egon. En sus personajes son una mezcla de soledad, angustia y placer, ubicados en una nada desde una paleta de colores fantásticos.