martes, 15 de abril de 2008

Lovely Rita

Al fondo de una habitación oscura y semivacía esta Rita metida en un sillón. Al centro del piso un proyector de video hace correr una película de imágenes que retratan a Rita en posiciones eróticas con hombres, mujeres... quimeras. Observa perpleja la pantalla que se alza en una pared, busca su rostro tratando de reconocerlo, pero ni en un gesto se asoma lo que realmente siente que es. La confusión no le deja excitarse, esta sumergida en un mareo que la abstrae totalmente. ¿Como es posible que esta mujercita que está gozando sin medida sea la misma que se encuentra sigilosamente expectante, desconcertada y hasta con un poco de asco?

En una esquina del techo hay un tragaluz que inclina un cenital iluminando una de las baldosas del piso, del lado opuesto Rita enciende un cigarro, se recarga en el sillón y levanta la mirada hacia la luz. Sin hacer caso a los gemidos que provienen de la cinta sigue exhalando bocanadas de humo que al pasar por el chorro de luz se revelan en microorganismos voladores, le gusta observar ese movimiento, esa mutación al contacto con la luz. Se siente afligida, suspira, trata de encontrar una posición más cómoda para meter una mano en su entrepierna, es el olor del cuarto que la está excitando.


Eran días de julio cuando le conoció. Alto, Blanco, cabello negro y barba cerrada; muy formal desde la ropa hasta la sonrisa. Rita, alta, castaña y de ojos tristes. Caminaba por el centro de la ciudad cuando se cruzó en su camino. Después de estar uno al lado del otro unos minutos (ambos esperaban a terceras personas) Él le invitó una cerveza en el bar de la esquina y ella aceptó sin mucho interés. Creo que ella se enamoró desde ese día, cuando le abría la puerta del bar y el olor de su perfume le quito la indiferencia e hizo que volteara a buscar algo más que una mirada tras los lentes que él llevaba puestos. Después de todo para enamorarse sólo hace falta una mirada agradable, buen olor, una charla exquisita, buena música y encontrar nuestra felicidad en la sonrisa del otro, no exactamente en ese orden.


No era sólo el perfume lo que la tenía embrujada sino su conversación, su sensibilidad al expresarse, su manera de mover los labios, la forma en la que la tomaba por la cintura y le mordía el lóbulo de la oreja. Había caído en una trampa de seducción perfectamente ejecutada. Al salir del local, la subió a su coche, la llevó a su departamento, le quito la ropa, la metió en su cama y la penetró. Esa vez la hizo reír toda la noche y el deseo de hacerla sonreír por siempre lo paralizó.

Pasaron los días y aquello se alejaba de ser sólo un embrujo de amor, pues las llamadas telefónicas, los e-mails y algunas tardes paseaban juntos, que casi siempre terminaban en la cama de Él, la tenían totalmente cambiada. Todo aquello había traído, a Rita, de vuelta a la tierra, ya no se acordaba de sus amantes y cuando estos la buscaban tenía las palabras exactas para mandarlos al demonio sin que se ofendieran y desearan no volver a verla. Se sentía en un sueño del que no tardó en despertar. Un día él no contestó sus llamadas, ni le volvió a marcar, en su bandeja de entrada no había más correos melosos.

Por las tardes caminaba aparentemente sin rumbo pero siempre terminaba sentada en la banqueta frente a su departamento, con la mirada perdida en la puerta principal, como esperando a que entrara, pero nunca aparecía. Una de esas tardes por fin apareció, estaba impecable como aquel día que se cruzó en su camino. Después de un rato salió con unas maletas y las subió a un coche que no era el suyo, en ese momento llegó un camión de mudanza y empezaron a subir los muebles que acondicionaban aquel lugar que alguna vez sintió como su casa. Al verlo marcharse con todas sus cosas, sintió un vacío en la boca del estómago.


Pasaron meses después de la última vez que hicieron el amor. No había tenido a otra persona que no fuera Él entre sus piernas, pero tenía la necesidad de sentirse empalada, aunque sea para olvidar el tacto de sus manos y que el sudor de otro borrara el aroma que aquel le había inyectado. No fue suficiente un cuerpo aparte del de ella para hacerla olvidar y poco a poco se vio involucrada en una orgía de emociones que la hicieron volver al departamento donde él la había hecho reír tantas veces. Estaba parada en el mismo lugar, cuando lo vio marcharse con todas sus cosas. Buscó en su bolso y sacó una copia de las llaves, cruzó la avenida y entró en el departamento que, efectivamente, estaba vacío. Recordó cada momento vivido allí, lloró en la cocina al asomarse por la ventana que miraba a la terraza. Un mareo le hizo correr al baño y vomitar; al salir volteó hacia una habitación donde nunca había entrado y tenia la puerta entre abierta, entonces entró.

Un cañón en medio del cuarto, al fondo un sillón y unas discos tirados en el piso reflejaban el sol que entraba por un tragaluz que estaba en el techo. Reconoció el olor que inundaba todo, era el hedor añejo de aquel perfume que la había enamorado. Entró, se agachó para tomar los discos, todos estaban rotulados igual. Una etiqueta con grandes letras que decía: "Meter Maid", un impulso la llevó a poner un CD y a tirarse en el sillón a observar.

1 comentario:

fgiucich dijo...

Corto y muy descriptivo. Me gustó. Abrazos.