miércoles, 4 de junio de 2008

cometer suicidio


Me canso con facilidad. Del tocador a la cama se extendió, hace unos días, un mareo que casi termina en desmayo. Me siento pesada, ajena a este cuerpo que ya no me responde, sorprendida al estar en el umbral de una puerta que todavía me da miedo cruzar. Estar rechazándome a mi misma me tiene cansada, un cansancio que a veces huele a sangre, locura y muerte.

Lo he vuelto a pensar, la última vez que pensé en ello fue hace siete u ocho años, quiero decir: lo he vuelto a sentir. Alguien dijo que la muerte era cálida, quizá sí; recuerdo que un rumor cálido recorría mis brazos, y cuando observaba lo perfectas que están dibujadas mis venas, sentía como evaporaba el flujo de sangre imaginario, con un frenesí desquiciante y ante tal locura, mejor me abstuve. Aquella vez, la pasada, fue más intenso: Sentía como el calor del enfrentamiento con la muerte me quemaba la piel. Las condiciones en las que estaba eran muy dolorosas, no eran ganas de morir, más bien eran ganas de dejar de vivir. Afortunadamente todo aquello pasó y pensé que no volvería a sentir deseo por arrancarme las venas, y aunque esta vez fue muy diferente también he logrado salir sin ninguna cicatriz.

El suicidio dicen que es la peor de las muertes, que ni siquiera te dan una misa en la iglesia cuando ya no estás en tu cuerpo, pero siempre he imaginado que el suicida en su último aliento se arrepiente de su pecado y encontrándose frente a la muerte finalmente comprende la vida, por eso nunca me he cortado las venas, en el ardor de la agonía estoy segura encontraría placer y de nuevo me abandonaría a observar la maravillosa plástica que estarían formando mis chorros de sangre por todos lados y al final el arrepentimiento y las ganas de vivir, esa comprensión a la vida, jamás llegaría y terminaría siendo un suicidio estéril.

Recapacito, siempre, ante tal reflexión y creo que la acción diaria se encarga de proveer la asfixia necesaria para llegar a una catarsis que depure el espíritu y poco a poco ir encontrando la pureza de nuestra existencia.

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